Starbuck es una comedia errática en la que uno tiene la impresión de que el director dejó de estrujarse el cerebro una vez que se topó con el brillante punto de partida, defecto este de la pereza mental bastante extendido. Como consecuencia, la primera mitad del film tiene bastante lustre y gracia y la segunda es un arrastrarse para quitarse de en medio la narración y cerrar la peli de cualquier manera.
Aquí hay un personaje entrañablemente desastroso que descubre a la vez que su pareja se ha quedado embarazada y que en un maratón masturbatorio veinte años atrás su semen sirvió para que 500 y pico niños fueran concebidos. No están muy claras las razones por las que los veinteañeros deciden ir a juicio para saber quién es el fabricanta estajanovista de espermatozoides que fueron inyectados en los vientres maternos, pero Starbuck decide irlos conociendo poco a poco y convertirse, ya que no en un padre, en un ángel tutelar, dando lugar a algunos gags bastante divertidos. Luego todo es un ir cuesta abajo, acumular situaciones para rellenar metraje y rematar con sonrojante impericia un final previsible y feliz.
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