martes, 25 de octubre de 2011

El abominable cuerpo de la madre




Monsieur Lazhar parece una película que calca el modelo de Incendies, que el año pasado se presentó también en la Seminci y que llevó a Canadá a acariciar el Óscar a la mejor película extranjera: un texto teatral de base que se adivina poderoso aderezado con una realización apañadita que lima las aristas de la obra original en aras de un empaquetado exportable.


Una pena porque los mimbres del film son excelentes, un planteamiento extraordinario acerca de la dificultad que nuestra sociedad sufre para articular textos que encarnen lo que en el psicoanálisis clásico se llamaba la castración simbólica, ese proceso por el que el niño consegue separarse del cuerpo materno para encontrar su posición simbólica en el entramado social.


Todos los elementos están aquí, un drama que se desarrolla en el primer espacio social objetivo que el niño conoce (la escuela) , una mujer que encarna la figura materna incestuosa (una maestra adorada por sus alumnos que se ahorca en el mismo aula), y una encarnación del padre simbólico que intenta que los niños consigan separarse de ese cuerpo que infecta con la culpa y la desesperación ese aula que se ha convertido en una prolongación de su cadáver, mientras todo el estamento burocrático y parental intentan evitar a toda costa que esos mismos niños conozcan algo de lo real mediante el corpus artístico y literario de Occidente a través de las infinitas formas de censura que la corrección política ha instaurado en nuestra cultura.


Esa figura paterna es, por supuesto, el Monsieur del título, que el film y el colegio tienen que importar de Argelia, un país donde la violencia ha estado tan presente que no se ha podido obviar (y no deja de ser significativo tampoco que haya sido una mujer la que haya escrito esta apología del rol masculino en el desarrollo emocional del niño). La película, finalmente, adolece de los mismas deilidades que critica, y se queda en tierra de nadie a la hora de denunciar la fragilidad de una sociedad incapaz de desarrollar ritos o textos con los que los niños puedan afrontar la experiencia de la muerte o la violencia. Una pena, y una muestra más de la carencia de realizadores que azota al cine actual.

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