Hoy llueve mucho en Valladolid. Lleva lloviendo toda la noche. Valladolid es una ciudad muy oscura cuando llueve. Y como la primera película que se proyecta esta mañana dura dos horas y media (una de Agnieska Holland que va a los Óscars por Polonia), el pase lo han puesto a las ocho y media, he decidido quedarme en el hotel escribiendo de la película que vi anoche, Restauración, que va de las relaciones entre tortuosas e inexistentes que hay entre un padre con cara de palo y un hijo que ve como su lugar (como hijo y como marido) es suplantado por un advenedizo.
Estos datos son suficientes para adivinar que el film es israelí, o al menos firmado por un judío, los únicos que parecen dispuestos a seguir filmando el espacio paterno. La película se llevó premio al mejor guión en Sundance, y aquí, a la Seminci, se ha venido a defenderla su guionista, y es que el guión es lo mejor de Restauración (los actores tampoco están mal), que cojea en su realización, un poquito vaga y esteticista, que desde que la puesta en escena pasó a considerarse una figura periclitada los directores ya no saben mover a los actores en un decorado, por no hablar del desastre que ha supuesto la extensión del uso de la cámara al hombro, con el partido que se le puede sacar a un travelling para definir un espacio.
Pero qué le vamos a hacer, el otro día me encontré con una boutade de Godard, que decía que el cine se hace ahora con el 20% o el 30%, y es la sensación que dejan muchas películas, que más de la mitad del esfuerzo del cineasta se concentra en montar la producción y después en vender el producto, y que la energía que queda para el rodaje es poca.
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