A mi mujer Somewhere le aburrió soberanamente (Inma ha inventado una medida del aburrimiento cinematográfico, el apichapón, y a la película de Coppola hija le da cinco apichapones), pero a mi hija y a mí nos gustó, tal vez porque en la peli la madre desaparece en seguida y se quedan solos padre e hija. Es cierto que el padre, aparte de jugar a la wii y llevársela a un hotel de caerse de espaldas, poco más hace por su hija: la mira mientras entrena (¿o ensaya?) un número de patinaje sobre hielo, y a su vez la chica toma nota molesta, indiferente o celosilla de la pléiade de desconocidas que pasan por un lado de la cama del papá famoso.
Todos nos fijamos en que en la habitación del apartahotel donde malgasta sus días Johnny Marco no hay un solo libro, que para eso hay encuadres que muestran una estantería vacía (el vacío es más bien en su cabeza), si bien es cierto que el primer plano del film te lo cuenta todo: en el encuadre se ve un paisaje desértico en el que apenas hay dibujada una pista circular en la que un deportivo de lujo de vueltas, una pulsión inútil que no lleva a ninguna parte, encerrada en una cápsula narcisista que semeja un ataúd de lujo y que será uno de los leit motiv visuales del film, ya que el actor protagonista pasa casi tanto tiempo transitando por calles y autopistas anónimas como en su impersonal residencia de paso.
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