".. y después, mirando por las ventanas, vio que el lugar estaba vacío"
John Cheever, El nadador
"entre tantos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia delante, exclusivamente hacia delante"
Julio Cortázar, La autopista del sur
Los dos cuentos son de mediados de los sesenta y se cuentan (merecidamente) entre los más conocidos de sus respectivos autores. Los dos comienzan con una escena anodinamente realista (un matrimonio bien toma un aperitivo en el chalet de unos vecinos, un ingeniero vuelve a París tras haber pasado el fin de semana en el campo) para tomar un desarrollo que los sitúa sutilmente en el ámbito de la literatura fantástica: el protagonista del cuento de Cheever decide volver a su casa a través de las piscinas de las casas que le separan de la suya; por el camino vamos percibiendo cambios en la apreciación social del personaje para acabar descubriendo que en esta especie de Odisea paródica asistimos al deterioro de toda una vida; en el de Cortázar un embotellamiento adquiere tintes míticos al prolongarse indefinidamente, se suceden las estaciones sin que ninguna instancia parezca tomar cartas en el asunto, nunca conocemos a qué es debido la inmovilidad de los coches, según pasa el tiempo se forman proto estructuras sociales que, al final, sospechamos son frutos de la ensoñación del protagonista, y de sus anhelos de verdaderos vínculos sociales.
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