Me llevé a mis hijos mayores a ver la adaptación de la novela de Bram Stoker que Ignacio García May ha preparado para el Centro Dramático Nacional. Por el camino hablaban de videojuegos y series de televisión, un mundo para mí ignoto y al que no creo que acceda en lo que me queda de existencia. Para ellos los vampiros son seres que viven en sociedad: no han visto las adaptaciones de Tod Browning, Terence Fisher o Coppola, donde Drácula era una encarnación solitaria del mal. Ellos conocen Blade, Crepúsculo o True blood, donde los vampiros son ya mogollón, no la encarnación del Otro siniestro sino más bien unos vecinos tirando a raros.
García May mantiene el tono y el ambiente victoriano de la novela, los diálogos anticuados hacen que los actores tengan un punto hierático que a mi hija no le gustó, aunque uno entra en el juego. La obra cuenta con que el espectador conoce toda la descendencia de la novela, que por otra parte Mercedes (la especialista en literatura fantástica) me confirma que más que un relato fundacional es una summa que acertó a fijar al personaje del vampiro. Yo la leí hace décadas y me pareció premiosa; también en la obra uno se impacienta porque, a estas alturas, todos sabemos quién es Drácula y no acabamos de entender por qué los personajes tardan tanto en descubrir la naturaleza de su misterioso visitante.
Pensaba yo que tal vez mis hijos se habrían aburrido con la obra, pero no, mi hijo la calificó de "mazo de guapa", que para los que no estén puestos en las categorías teóricas de la Estética hegeliana indica un alto grado de excelencia. García May ha obviado el carisma erótico que suele tener el vampiro en las versiones cinematográficas, y le ha dotado de un halo romántico y maldito que no recuerdo que tuviera en un principio: como si hubiera leído a Heidegger, clama que la condena a la eternidad priva de sentido a su existencia; a su discípulo Reinfeld le dice que, lejos de encarnar una hipertrofia del principio de la Vida más allá del bien y del mal, él es un no-muerto incapaz de disfrutar de su existencia. En ese sentido, el final del personaje tiene una grandeza sacrificial que tampoco me suena de la novela (aunque no recuerdo casi nada de ella) y que parece deber más al Rutger Hauer de Blade runner.
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