viernes, 1 de enero de 2010

Mujeres que aparecen I



De la condesa Natascha (Sophia Loren) se nos dice, prácticamente en la primera secuencia de Una condesa de Hong Kong, que es una aristócrata auténtica y que ha sido la amante de un gángster desde los 14 años. Por lo tanto, el personaje posee para Ogden Mears (Marlon Brando), desde el principio, el carácter de imago sublime y objeto excrementicio, esa dialéctica en torno a la figura femenina que tanto juego ha dado en la historia del cine y que dado que está perfectamenete desarrollada en esa obra maestra que es Vértigo a través del personaje de Madeleine/Judy no necesita aquí más desarrollo.

Si el film de Hitchcock pertenece ya a una escritura postclásica en el que el personaje masculino se enreda en esa alternancia y es incapaz de escapar a esa polaridad fantasmática, en el cine clásico (y en los cuentos de hadas) la epopeya del héroe (sobre todo en la comedia y en el melodrama) consiste en atravesar esas dos figuras imaginarias (la de la mujer como objeto fascinante e inalcanzable, y la de la misma mujer como despreciable cuerpo deseante) para alcanzar a tocar algo del orden de la mujer "real" (su subjetividad, su inconsciente, su goce, su dignidad, utilícese la terminología preferida).

Este periplo fuerza al protagonista a despojarse de su narcisismo omnipotente (Marlon Brando es multimillonario y aspira a una provechosa carrera en la política, que le obliga a mantener una imagen social pulida), entre otras cosas obliga al sujeto a asumir que su elección es única, pero de alguna manera intercambiable con el resto de potenciales objetos de deseo: Natasha se aparece ante el personaje de manera abrupta, de un conjunto indistinto de mujeres de las que no guarda recuerdo, tras una noche loca por Hong Kong, finalmente, es un acto de voluntad, el compromiso adquirido con ella, lo que convierte a la mujer en la elegida y la aparta del magma indiferenciado del que ha surgido (este proceso tiene una larga historia en la cultura occidental contemporánea, desde En busca del tiempo perdido hasta En la ciudad de Silvia).

Supongo que la segunda mitad de los sesenta no era la mejor época para apreciar una refinada comedia romántica casi provocadoramente clásica, y que a su vez hacía gala de un orgullosa estructura y puesta en escena teatral y proclamaba su carácter artificioso sin reclamarse como una obra de la modernidad. Los 90 vieron el inmenso éxito de Pretty woman, de estructura similar aunque no le llegue ni a la suela de los zapatos, y la hermosa y reivindicada última etapa de Resnais conoce planteamientos similares, sin que estos hechos hayan terminado de sacar al último film de Chaplin del purgatorio del discreto olvido en el que se encuentra.

No hay comentarios: