lunes, 25 de enero de 2010

Shoah II



Alejo Moreno, redactor de Días de Cine, ha entrevistado a Lanzmann para un reportaje. Una hora de conversación. Me cuenta un poco de la entrevista, le avisan antes de que no hable de La lista de Schindler, que Lanzmann no quiere. Pero luego es el propio Lanzamann el que saca el tema. Parece ser que es un poco hosco. El reportaje se emitirá el próximo jueves.




La segunda parte de Shoah me pareció magistral. Tengo la impresión de que éste sentimiento era compartido con el resto de los espectadores. Todos salimos en trance, una mujer que estaba sentada a mi lado me comentó que el último superviviente del levantamiento del gueto de Varsovia (cuyo relato ocupa el último cuarto del film) murió hace unas semanas. En el film relata una historia que podría ser de Lem o de Ballard: durante el levantamiento, en cuya primera fase los judíos, prácticamente sin armas, pusieron en desbandada a los nazis, le encargan que contacte con la resistencia polaca para pedirles armas. El gueto está medio destruido, hay cadáveres por todas partes. El enlace consigue salir por un túnel, y aparece en un mundo en el que los cafés están llenos y los cines abiertos. Hay polacos que vigilan los alrededores del gueto para impedir que los judíos salgan de él. Consigue escapar y contactar con la resistencia, pero ésta le deniega las armas. Vuelve al gueto a través de las alcantarillas, pero cuando alcanza la superficie todos sus compañeros han sido ya aniquilados (un año después, sería la resistencia polaca la que se levantaría contra los alemanes, esperando la ayuda de los rusos, que estaban acampados a la puerta de la ciudad, y que no movieron un dedo mientras las tropas germánicas aplastaban la rebelión y no dejaban piedra sobre piedra).



Volviendo a la película de Spielberg, uno de sus grandes aciertos fue visualizar la enorme máquina burocrática que era precisa para llevar a cabo no sólo el exterminio de los judíos, si no el borrado de las huellas. Un mecanismo en el que era preciso contar con una infinidad de eficaces funcionarios, funcionarios que invariablemente declararon posteriormente que desconocían el fin del proceso en el que estaban involucrados. En Shoah aparecen a un par de ellos, retorcidos por una vergüenza obscena. Vemos una hoja de ruta, un documento que era expedido a todas las estaciones por donde pasaban los trenes, con horarios fijados y diversas claves. Un historiador nos cuenta que "no había presupuesto para la destrucción", así que el pago del transporte por tren, para el que la empresa estatal de viajes hacía un descuento especial, "una tarifa de grupo", se sufragaba con los mismos bienes que se expropiaban a los judíos deportados. Tanto la hoja de ferrocarril que resume toda la burocracia que había detrás de las deportaciones como la costosa reconstrucción que hace Spielberg de las hileras de funcionarios que participaban en los inevitables listados a los que los alemanes eran tan aficionados forman parte de las posibilidades (o de las obligaciones) del cine, sin que haya necesidad de excluir ninguna.

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