sábado, 16 de enero de 2010

La Deidad Oscura


El último vestigio que queda en Occidente del delito de blasfemia es la prohibición legal expresa que existe en muchos países (entre ellos España) de negar el Holocausto (que es un término teológico). Uno podría preguntarse quien se entretiene dedicando su tiempo a desarrollar teorías que en condiciones normales te llevarían a codearte con chalados que han contactado con marcianos y con asociaciones que se dedican a demostrar que la tierra es plana, pero que en la práctica hace que te prohiban la entrada en algunos países, aunque te paguen las vacaciones en Irán, donde reina el erudito más conocido en la materia, el inefable y siniestro Ahmadineyad (tan parecido al inocuo y posmoderno farsante de Close-up). Pero al parecer sí que los hay, y hasta la corriente tiene un nombre, el Negacionismo, cuya última lumbrera conocida, al parecer, es un cardenal que ha visto fotos aéreas de los campos de exterminio donde no se aprecia la sombra de las chimeneas de las cámaras de gas, lo que para el resto de los mortales sería un indicio de que la foto se ha hecho al mediodía, cuando el sol cenital no proyecta sombras, pero que para él es una indicación de que hay mucho mito en eso de que hubiera campos para gasear judíos.
Toda esta larguísima introducción para contar lo de siempre, que en nuestra contemporaneidad el horror se ha convertido en el único espacio en que parece que se puede articular algo de del orden de la verdad, o más bien, dado que es improbable que nada se articule ahí, la única verdad que se considera es esa experiencia. La última prueba la vi anoche, mientras hacíamos el especial de Informe semanal sobre el terremoto en Haití, donde se aplicaban epítetos a la catástrofe que antaño se reservaban a la divinidad: inimaginable, indescriptible, inconmensurable...



La sangre y el ámbar, el libro de viaje de David Torres por Polonia, abunda también en comentarios de este tipo, con esa engolada retórica que siempre se descubre en los medios de comunicación. En una visita a un campo de concentración, descubre a un lado el cementerio católico de la ciudad: "La tapia señalaba el lugar donde los muertos tienen todavía un nombre, una genealogía, un orden, un lugar en el mundo", una buena idea estropeada por el alargamiento innecesario de la frase, que parece buscar el aplauso final de la platea.


Shoah acaba de editarse en dvd en España, pero yo me he tropezado con una edición escrita de las entrevistas (Arena libros, 2003, traducción de Federico de Carlos Otto), ordenadas con un fraseo similar al de la sucesión de subtítulos, y sin más indicación que el nombre del entrevistado, con lo que no hay apoyo audiovisual para interpretar la relación de las palabras con su enunciación: a veces es difícil saber si la persona que habla está nerviosa, incómoda, molesta, lo que dota al libro de una gelidez aterradora.

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