Un día en que fui incapaz de encontrar un espacio para leer en casa dije que hasta ahí habíamos llegado, que no podía ser que llevara siglos trabajando y que no pudiera sentarme razonablemente cómodo al volver del curro, así que al día siguiente me fui a una tienda de muebles de mi barrio y me compré estos dos sillones (en un principio sólo iba a ser uno, pero mi magnanimidad hizo que quisiera compartir este lujo con algún miembro lector de la familia).
Los sillones fueron rápidamente colonizados por mis hijos, con el inconveniente de que, al ser tres los vástagos y dos los sillones, a veces se producen cruentas batallas por su ocupación. Los usan para todo, para leer, para estudiar, para ver la tele, oír la radio, jugar a la wii e incluso escribir en el ordenador (lo normal es que hagan al menos tres de estas actividades al mismo tiempo).
Esto me ha dado ideas para proponer sesudas y complejas teorías sociológicas sobre la paternidad y los hábitos de lectura, pero en algún momento he perdido el hilo, con lo que probablemente me conforme con participar como parte beligerante en las encarnizadas luchas fraternas por el trono.
Los sillones fueron rápidamente colonizados por mis hijos, con el inconveniente de que, al ser tres los vástagos y dos los sillones, a veces se producen cruentas batallas por su ocupación. Los usan para todo, para leer, para estudiar, para ver la tele, oír la radio, jugar a la wii e incluso escribir en el ordenador (lo normal es que hagan al menos tres de estas actividades al mismo tiempo).
Esto me ha dado ideas para proponer sesudas y complejas teorías sociológicas sobre la paternidad y los hábitos de lectura, pero en algún momento he perdido el hilo, con lo que probablemente me conforme con participar como parte beligerante en las encarnizadas luchas fraternas por el trono.
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