Por lo que he visto el lobby cahierista, habitual incondicional de Eastwood, ha decidido que ésta no mola, así que me acerqué con simpatía a los Renoir a vérmela. Y hay que decir que aunque se ve muy bien, resulta una película insuficiente: aún siendo mucho mejor que casi todo lo que se rueda hoy en día, está por debajo de las posibilidades que el propio film abre: por poner un ejemplo, la cosa ganaría si realmente el espectador pudiera pensar que Anjelina Jolie es probable que se esté volviendo loca. En varios momentos se abren encruncijadas que habitualmente se cierran de la manera más convencional (por ejemplo, esa estupendamente planteada secuencia en que tres agentes amenazadores obligan a un niño a desenterrar una tumba), aunque también nos encontramos con apuestas arriesgadas que salen bien, como la extraña (a priori) elección de John Malkovich para interpretar al radiopredicador que apoya a la Sra. Collins en su cruzada: la suavidad empalagosa y filogay de su actuación dota de un aura inquietante a un personaje que sin él sería bastante banal. Y es que El intercambio podría haber sido una gran película sobre la pulsión femenina desatada en ausencia de un orden fálico (que aquí sólo se insinúa al final, en el intercambio de miradas con el agente que descubre los asesinatos): los dos hombres que están del lado de la prota son marcadamente poco viriles, el citado Malkovich y el jefe con pinta de apacible eunuco. Al final, Eastwood se ha conformado con hacer un buen film épico sobre la ética de la democracia (lejos de la obra maestra absoluta del género, El hombre que mató a Liberty Valance; a pesar de cierta dureza aquí la referencia es Capra antes que Ford)
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