"Un gran pecado nacional, un pecado mucho mayor que la bebida: el hábito de respetar a los caballeros"
(Chesterton, Unos policías y una moraleja, incluido en Correr tras el propio sombrero)
"Acciones que tengan un beneficio garantizado no existen en ninguna parte del mundo. Para conseguir esa garantía tiene que darse alguna manipulación ilegal"
(Murakami, Al sur de la frontera, al oeste del Sol)
El grueso de la información sobre la estafa de Madoff me ha pillado en una mansión decimonónica cerca de Oxford y lejos de periódicos y televisiones, así que me he conformado a la vuelta con leer un resumen en El País. Lo más raro de todo me resulta la puesta en escena del escándalo: como en el relato de Borges, parece que lo que vemos está planificado de antemano (¡los hijos -que llevaban siglos trabajando en la firma- fueron los que denunciaron la estafa!). Todo el mundo se pregunta como pudieron picar avezados inversores, cuando es obvio que nadie más crédulo que un experto, tan confiado en sus conocimientos: mi suegra, que prácticamente no ha salida de un pueblo de Segovia en toda su vida, no hubiera metido dos euros en la empresa de este individuo, al que hubiera olido como estafador a los dos minutos.
Y luego parecería que los afectados están orgullosos de aparecer en los papeles: todavía veremos falsos pretendientes a estafados que no soportan la idea de que se conozca que su dinero fue rechazado (o no requerido) por tan alto personaje, con lo que diría que no hubo estafa: en realidad, todos esos supuestos damnificados pagaron para que un día se supiera que ellos sí fueron lo suficientemente importantes como para perder dinero de manos de tan impecable caballero.
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