Desgraciadamente para los potenciales lectores madrileños de esta entrada, es poco probable que queden localidades para las pocas representaciones que quedan en la sala infinitesimal del María Guerrero en que se representa El hombre que quiso ser rey, la maravillosa adaptación que García May ha hecho del célebre relato de Kipling El hombre que pudo reinar. Como compensación, se puede leer el cuento en la recopilación que acaba de publicar El Acantilado (y hay otra también aparecida recientemente en Sexto Piso), que es lo que he hecho yo, o verse la conocida película de Houston, que como yo vi de adolescente se quedará fuera de este escrito, ya que no recuerdo casi nada de ella.
Hay que decir que lo de García May es una verdadera adaptación: la historia es perfectamente reconocible, pero introduce bastantes variaciones, algunas de índole práctica (el texto se presta más a una superproducción plagada de extras y paisajes espectaculares que a una represntación de cámara con sólo dos actores, aunque le sale tan bien que no se nota el esfuerzo) y otras de contenido: elementos clave del texto teatral no están en el cuento original, como el mito de El Dorado.
A lo que asistimos es a la narración oral de uno de los protagonistas de una gesta suicida, la de dos outsiders del imperio británico que se meten en territorios inexplorados de Afganistán con la intención de hacerse con un reino, que en el teatro nos la cuentan a los espectadores y en el libro a un periodista. Los personajes (unos Kurtz en potencia) están basados en historias reales, y hace poco salió a la luz su versión hispana, un gallego (por supuesto) que acabó de rey por el Amazonas.
Y como hay gente que tal vez no conozca la historia lo dejo aquí, por si alguien se tropieza con una representación en gira por España o se lee el cuento sin saber como acaba, que no es desdeñable el gozo de descubrir por primera vez una aventura apasionante.
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