Instado por mi asesora urbanística, me acerqué a ver el Panteón de Hombres Ilustres, un edificio madrileño poco conocido, una idea típicamente decimonónica con una resolución tópicamente española: la idea de crear un panteón de españoles egregios tardó décadas en llevarse a la práctica, por el camino se descubrió que no había constancia de donde reposaban los restos de figuras de la cultura española tan “marginales” como Cervantes, Velásquez o Lope de Vega, y tras varias vueltas la obra quedó inconclusa por falta de presupuesto, y abandonada al olvido hasta su reciente restauración por Patrimonio Nacional, lo que no ha impedido que el sitio esté desangelado, con unos monumentos dedicados a políticos del XIX soltados en medio de un claustro a medio terminar. Es dudoso que a ningún político de nuestros días le apetezca reposar ahí, bajo un panteón diseñado por Barceló, pongo por caso, aunque igual Gallardón se apunta, eso sí, previo engrandecimiento del edificio, claro.
Lo más fuerte es este Cristo que aparece en el panteón de Canalejas (que fue asesinado, por si alguien no lo sabe). Resulta súper moderno, con esa pinta de holograma a punto de formarse de la piedra, pero todavía sin concretar (aparte del peculiar aire a lo Marylin Mason que tiene).
La escultura de Canalejas (y la de Sagasti y la de Eduardo Dato) es de Benlluire. El referente icónico obvio es el descendimiento de la cruz, aunque tiene su punto el que se lleve a cabo por estos despelotados macizos que parecen sacados del realismo socialista.
En el grupo escultórico dedicado a Sagasta (con una inscripción que reza: A Sagasta, los liberales, que en seguida he pensado en Espe) aparece este obrero inverosímil a los pies del prócer de la patria (por eso del equilibrio también hay un panteón dedicado a Cánovas, con quién se turnaba el puesto de Presidente del Consejo de Ministros), con esta pinta de ensimismado, y el brazo apoyado en un libro que según la leyenda que hay en el edificio son unos evangelios. Y eso que, a la cabeza del difunto, tenemos a una maciza en pelotas, con la peregrina excusa de que es una alegoría de la historia y bla, bla, bla.
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