Para Susana, que tanto miedo tiene a volar.
Cielo, yo que no creo que en ti floten mensajes,
y que leo en el alma (y digo alma)
cómo nada más alto nos protege
que el placer, la conciencia y la alegría,
yo te prometo, cielo, si aterrizamos sanos
que guardaré este miedo que hace temblar mi pulso
mientras escribo en manos de la furia del aire.
Plegaria del que aterriza, Andrés Neuman, en Década (Poesía 1997-2007), Acantilado.
Leo a Neuman en el metro, de madrugada, tras ver Home from the hill (Con él llegó el escándalo) en el Bellas Artes, un extraordinario melodrama manierista de finales de los 50 que gira acerca de la descomposición del Nombre del Padre, aquí encarnado por el siempre desconcertante Robert Mitchum. El capitán Wade Hunnicut es, a la vez, el patriarca y el padre de la horda de un pueblo en Texas, un extraordinario y eficaz terrateniente a la vez que compulsivo mujeriego.
Esa debilidad en su posición (acentuada por la existencia de un hijo bastardo al que obstinadamente se niega a reconocer) le hace perder la batalla que entabla con su mujer por la "posesión" del hijo llamado a heredar su nombre y sus posesiones. Si en un principio parece que esa transferencia simbólica se produce cuando el hijo tiene éxito en la tarea que el padre le encarga (matar a un enorme jabalí, encarnación de las pulsiones que debe dominar para acceder al status sociosimbólico que le corresponde por su apellido), todo se viene abajo cuando el chaval debe afrontar el encuentro con el sexo con un bagaje atroz: una casa donde el deseo entre sus padres brilla por su ausencia (su madre le confiesa que no hacen el amor desde antes de que naciera): mientras que el padre lo pasea por todo el territorio sin atender a ninguna restricción, la madre tiene permiso para dar rienda suelta a todas sus pulsiones incestuosas.
Home from the hill tiene uno de esos falsos finales felices de los que hablaba Sirk a propósito de algunos de sus melodramas en las míticas entrevistas que concedió a Drove, o una forma de bricolage por la que cierto orden del relato un tanto deteriorado se mantiene gracias a la heroica de los personajes secundarios: aquí es el hijo bastardo el que sostendrá la posición masculina (como hijo, marido y padre).
1 comentario:
Gracias por la dedicatoria. Me gustaron mucho algunos poemas que leí de Andrés Neuman antes de devolver el libro en la biblioteca. Nunca sospeché que una manera de eludir o engañar el miedo a volar fuera tener que estar pendiente de un inquieto niño de menos de dos años (claro que tener mucho sueño y estar muy cansada también ayuda). Ya solo falta que las compañías aéreas sean puntuales y no te pierdan las maletas, otra forma de terror contemporáneo bastante más difícil de evitar.
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