Ladrones también tiene que haber -dijo Svejk tumbándose sobre el colchón-. Si todo el mundo tuviera buenas intenciones, pronto los hombres se matarían unos a otros.
De este clásico centroeuropeo había una edición en Destino, y a ésta que manejo de Galaxia Gutemberg se suma una anunciada en El acantilado (entre cuyas especialidades está, precisamente, esa literatura de la Mitteleuropa de entreguerras que lleva una década tan de moda).
El protagonista absoluto es Svejk, un sanchopanza checo cuya fuerza subversiva reside en tomarse al pie de la letra la gastadísima retórica del Imperio Austro-húngaro cuando se éste abalanzaba con entusiasmo a su fin. En las cien primeras páginas el bueno de Svejk tiene todo tipo de encontronazos con las autoridades imperiales precisamente por la inocencia con que les devuelve en espejo sus discursos: es negando el sustrato obsceno que acompaña a toda retórica por parte del poder como se pone mejor de manifiesto su vacuidad. Así Svejk acaba paseándose por todo tipo de prisiones civiles y militares por el simple hecho de dar vivas al emperador cuando se acerca a alistarse, y su suerte mejora al fingir cinismo cuando las lágrimas afloran por un discurso de un capellán.
Y de esta estructura de la Ley parece que no hemos escapado: cuanto más ampulosa la palabra que la defiende, más seguros estamos de que es un farsante quién la enuncia.
1 comentario:
Absolutamente memorable libro, recomendable a todas luces como el pedazo de clásico que es. No le sobra una sola palabra (y mira que Svejk tiene repertorio!) y algunos pasajes son, literalmente, inolvidables. Estoy de acuerdo en que la descreida misa del capellán Otto Katz -divertidísima- es un punto de inflexión, aunque cabe destacar también la relación entre los personajes de Svejk y su jefe, el teniente Lukás. Ver como evoluciona, pasando del odio visceral de éste por aquel, hasta una tolerancia rayana a la amistad (y que, por desgracia, no puede seguirse en la historia por motivos tristementes obvios) recuerda en parte a la evolución entre Sancho Panza y Don Quijote, a su peculiar manera.
En fin, una obra imprescindible que no hay que dejar de leer bajo ningún concepto.
Un abrazo!
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