lunes, 31 de mayo de 2010

Auge y caída de la autoridad patriarcal


El auge es el que se vivió en mi casa el viernes pasado, día en que cogí a mis hijos mayores y les dije que fueran renunciando a sus rituales botelloneros porque esa tarde se venían conmigo a ver Anatomía de un asesinato. Supongo que el shock traumático que les supuso ver emerger en su espacio doméstico tamaña manifestación de la Ley en su vertiente más opaca y arbitraria los dejó sin habla, por lo menos hasta que en la Filmoteca vieron que la película duraba casi tres horas y era en blanco y negro. que es cuando empezaron a quejarse (y hasta mi hijo mayor, que pasa entre cinco y siete horas al día viendo pelis y series en el ordenador, se permitió el alarde de decir que el formato 1:1'66 indicaba que la pantalla era un sello de correos).




La verdad es que no apuntaron a la crítica más obvia: para qué ese despliegue de autoridad paterna, si al final los metí a ver una peli, sí, apasionante, pero que lo que viene a contar es la insuficiencia de la Ley (y además a lo bestia, la Justicia con mayúscula) para hacer frente a los procelosos torbellinos de lo real.

Un par de constantes se repiten en todas las películas que he visto de Preminger esta semana (In harm's way, Anatomía de un asesinato, El cardenal y El factor humano): el retrato de corporaciones eminentemente masculinas (el ejército, la judicatura, el establishment vaticano o los servicios secretos), con preferencia por miembros célibes (en el caso de El cardenal se da por supuesto, pero los abogados de Anatomía... parecen todos solteros), y la aparición recurrente de una secuencia en la que una mujer baila "escandalosamente" en medio de un grupo de hombres, apuntando a un deseo insatisfecho y explicitando las carencias de la figura masculina que tan palmaria es en (al menos) esta etapa del cine del director.

Si bien el abogado que interpreta James Stewart escapa a las trampas libidinales que le tiende una estupenda Lee Remick, y no cae en ese espeso entramado perverso que es el de la pareja protagonista (Lee Remick y Ben Gazzara se entregan a un juego manifiestamente retorcido, en el que él, aparentemente, sólo se excita exponiendo a su mujer a la mirada ajena para exacerbar no tanto su deseo como sus celos, lo que apunta a cierta pulsión homosexual y a algún grado de impotencia, ya que sabemos que la pareja no tiene hijos), no puede evitar entrar en una competición con los abogados fiscales, bajo la mirada de un apacible juez que es la encarnación misma de una Ley completamente despegada del goce. Así, Anatomía de un asesinato vendría a describir el proceso por el que la Ley, en su tiempo Sublime (entroncada con el movimiento fundacional del establecimiento de los EEUU), habría perdido todo contacto con el "espíritu" vivificador y habría cortado toda relación con un posible goce, con lo que la proliferación de un escolastismo legal correría parejo a un estallido psicótico de pulsiones, sin que entre ambos universos hubiera contacto posible.

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