martes, 4 de mayo de 2010

Oro versus capital


Como pasa con muchos clásicos, daba por conocido El avaro molieresco hasta que me vi el montaje del Centro Dramático Nacional el domingo pasado, con Juan Luis Galiardo haciendo de Harpagón, y me di cuenta de que nunca lo había leído.
La obra me pareció buenísima, el montaje estaba bien y la interpretación dejaba bastante que desear, sobre todo en las chicas, aunque Galiardo no estaba mal en un personaje que exige histrionismo a raudales.
El avaro parece el desarrollo de esa fábula protocapitalista que aparece en el Evangelio, y en la que el criado que esconde bajo tierra el capital prestado por el amo que se va de viaje es condenado por su conservadurismo financiero. El acierto absoluto de la obra parte de la elección del objeto de deseo de Harpagón el avaro: una caja en la que esconde 10.000 coronas (valor monetario), materialeizadas en luises y pistolas "de buen oro". La caja se esconde en el jardín de la casa, por lo que el oro, de alguna manera, recupera su carácter telúrico de metal en bruto, no apto para su circulación en el ámbito humano. Estando el valor monetario (y por lo tanto convencional) sostenido por el oro material, el dinero no corre peligro de devaluarse, como ocurre a menudo en nuestros días con los billetes guardados en el calcetín. Pero ese oro que se sustrae al flujo humano impide también que el deseo fluya, cercenando esa ientificación propia del capitalismo en el que el fluir del deseo y del dinero corren parejos.
Harpagón se convierte, así, en el padre incestuoso que compite con el hijo por el mismo objeto de deseo y convierte a su hija en materia de intercambio comercial, sin atender a sus demandas en el campo del goce.
En esta situación, sólo el robo del dinero, planteado como una tarea heroica que desbloquee el impasse libidinal de la situación, puede modificar la estancada situación, si bien la resolución de la obra ya apunta el curioso hecho de que, en nuestra era, el dinero, aparentemente el intermediario universal, se convierte en el único objeto cuyo deseo no es desplazable.

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