domingo, 16 de mayo de 2010

Kaboom


Después de entrevistar a Josh Brolin por segundo día consecutivo, en este caso por la película de Woody Allen, me fi corriendo a ver si conseguía meterme en la sala donde pasaban la copia de Tristana restaurada por la Filmoteca Española, un evento orgaanizado por el Ministerio de Cultura Francés y al que acudían nuestra inefable Ministra de Cultura, Almodóvar, Álex de la Iglesia y, si no falló a última hora, que no creo, Catherine Deneuve. Para cuando llegué estaba el aforo completo, y me quedé sin ver la peli de Buñuel, al igual, por cierto, que toda la delegación española, que según me cuentan tras la presentación hicieron mutis por el foro, aunque lo que no se perdieron fue la alfombra roja del film de Woody Allen, un poco más tarde (Carlos del Amor prefirió no sacar a González Sinde vestida de gala en compañía de estrellonas en el Telediaario, una imagen que podría ser -todavía más- negativa para la ministra, si bien el despótico Guardans, del que me comentaban anoche que ha conseguido que cinco secretarias se despidan en un año, iba diciendo a diestro y siniestro que todo el sarao lo pagaba el Ministerio Francés).

Total, que me metí a ciegas en una sala y me vi Kaboom, última película dirigida por Gregg Araki y primera película de Gregg Araki que veo. Tiene el extendido defecto de que la mejor secuencia es la primera, un sueño en el que elprotagonista se encuentra en un pasillo con varios personajes que le observan mientras se acerca a una puerta tras la que espera una revelación, que finalmente es... un cubo de basura de diseño!


Pues de eso iba la peli, más o menos, el prota es un joven bisexual que transita de cuerpo en cuerpo sin atender a minucias como la diferencia sexual, si bien con la consciencia clara de que el erotismo bien entendido empieza por uno mismo. Todos los chavales que pululan por una universidad que haría palidecer de envidia a nuestros universitarios están de caerse de espaldas, y ponen sus cuerpos a disposición de todo el que pasapor su lado, anque Araki se esfuerza en dejarnos claro que estamos en una especie de realidad alucinatoria y fantasmática, ya que los protas están cada cinco minutos despertándose de algún sueño. Este paraíso de promiscuidad muy fluida se va contaminando narrativamente por la aparición de un delirio acerca de una secta, estructura a la que Araki da la consistencia de un tebeo de Mortadelo y Filemón, pero que resulta muy interesante pues hace emerger la contrafigura de ese universo en el que nadie quiere saber nada de la castración simbólica o de la diferencia sexual, y que es, obviamente, la de un padre obsceno cuya acumulación de mujeres comvierten todos los intercambios sexuales en potencialmente incestuosos.

Araki se entrega con la misma alegría a la filmación de los fascinantes cuerpos de sus actores y a la narración naif de su desmelenada conspiración, si bien algo falla en el conjunto, le falta peso al producto; al fin y al cabo lo que propone es sexo sin (la resistencia de lo real del) sexo y narración sin el anclaje de una palabra verdadera.

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