Las feroces críticas que Mercedes vierte sobre las entradas del blog demasiado largas (sobre las mías, porque luego, cuando Susana se arranca con esos textos que más que entradas de blog parecen relatos cortos por su extensión no sólo no se lo echa en cara sino que se los elogia) hace que me deje cosas en el tintero o en el teclado, que no sé como ha evolucionado la expresión entre las nuevas generaciones, para las que una pluma es un artefacto exótico propio de culturas primitivas.
Y a propósito de la película de Amos Gitai quería arrancarme con una reflexión teórica de altos vuelos (como no podía ser menos) acerca de la necesidad de transitar narraciones que tenemos las personas. Siempre me hace gracia el comentario generalizado de que uno va al cine a entretenerse y a pasarlo bien, cuando es obvio que es al contrario: uno va al cine a pasarlo mal, para demostrar lo cual sólo hace falta leerse las sinopsis de películas y novelas. Recorrer un texto es acometer una experiencia de concentrado emocional, y que a uno ese texto le diga algo depende de muchos factores, algunos colectivos, dado que cada cultura conforma el alma de sus ciudadanos, y otros individuales, que atañen a la biografía personal de cada uno. Con lo que a las posibles excelencias objetivas de cualquier película se sumaría la necesidad de que algo en el interior del espectador encuentre eco en lo que se muestra en la pantalla.
Y como supongo que esto que he escrito suena confuso, lo explico con el ejemplo de la película de Gitai: uno puede disfrutarla sin saber (casi) nada de historia, pero para entenderla hay que haber tenido abuelos. Sólo si se ha tenido un trato habitual con ellos se comprende que Jeanne Moreau "elija" a sus nietos para la intensa escena de la sinagoga, mientras que siempre se muestra algo evanescente con su hijo, que la acosa en busca de una revelación (siniestra) del drama familiar vivido durante la ocupación alemana. Y es que los abuelos cuentan a los nietos cosas que jamás dirían a sus hijos; y mientras veía Plus tard... recordaba como mi abuela me contó vivencias de la Guerra Civil que nunca había compartido con mi padre; son esos juegos en que nuestros hechos vividos en bruto se ven reflejados en un relato elaborado, ya sea mediante un libro, un film o una canción, lo que nos hace volver incansablemente a éstos, con la esperanza de que alumbren algo nuestra existencia.
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