En esa apasionante entrada en la que prácicamente no cuento nada y que me podía haber ahorrado perfectamente, decía que me vi algo de la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, y los directos y resúmenes en que se regodeó el Telediario. Por supuesto me vi el que se convertirá, probablemente, en el momento más repetido del evento, cuando Ingrid Betancourt recordó como siguió los triunfos de Rafael Nadal en Roland Garrós a través de la radio mientras estaba secuestrada, y éste giró la cabeza completamente alucinado, probablemente sin creerse lo que estaba oyendo (en la entrevista que María Ascario le hizo luego en directo el tenista estuvo muy elegante hablando del discurso de la política colombiana).
No sé si en el blog incluí hace unos meses un texto que Banksy tiene en su página web, una transcripción de un documento (que imagino que es real), de un oficial aliado que se encontró, tras liberar un campo de concentración para mujeres tras la derrota nazi, con un extraño cargamento de lápices de labios como prácticamente el primer envío que llegaba para socorrer a las encarceladas. Allí se contaba como lo que parecía la más demencial e inútil de las ayudas resultó ser el más acertado de los artículos, ya que significó el reencuentro con la dignidad humnana de las mujeres que habías pasado años tratadas como animales. Me acordé de la anécdota al ver esta mañana las fotos de Ingrid Betancourt, que en vez de ir disfrazada de víctima lucía unos espléndidos taconazos y un igualmente espléndido vestido de gala, y parecía encantada de coquetear con Nadal, y desde luego feliz de participar en el boato de un ritual como el de una entrega de premios literalmente principescos; y es que es fácil mofarse de las ceremonias, pero conviene recordar que muy a menudo la alternativa a las convenciones humanas suele ser la barbarie más animal.
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