Como es fácil de imaginar, una de las (bastantes) cosas positivas de acudir a un Festival de Cine es la posibilidad de tropezarse inesperadamente con estupendas películas. Al poco de comenzar un certamen se pone en marcha un sistema de comunicación colectivo que hace que en cuestión de minutos se sepa si una película está bien o no (alguien que conoce a alguien que conoce a alguien que ha visto la peli en otro festival o en dvd o que se lo inventa). La antena de cada uno recoge las vibraciones del momento y se hace la agenda del día con estas etéreas informaciones, ya que hasta en el más modesto de los festivales la oferta es inabarcable.
Aunque este rollo me lo podía haber ahorrado porque me metí a ver "Los momentos eternos de Maria Larssons", de Jan Troell, porque Alberto la vio en el primer pase del Festival y me dijo que era preciosa; y efectivamente la película es tan hermosa como su título.
Cuenta la historia (real, cosa que he comprobado después, aunque uno lo barrunta en la sala) de una familia proletaria en la Suecia profunda de principio de siglo, en la que la mujer tiene que aguantar a un convencional marido que bebe como un cosaco tras deslomarse en los muelles para llegar a casa a repartir sopapos de vez en cuando. La mezcla de violencia y debilidad del padre de familia se muestra muy bien, y más que malvado resulta patético, aunque de una manera bastante terrible (la figura definitiva de este modelo masculino es probablemente el padre que Kafka dibuja en su Carta al padre, en que al terror que le producía se unía la imposibilidad de tomárselo en serio).
Maria Larssons encuentra la salvación, por así decirlo, en la fotografía, a la que se dedica con pasión culpable (es obvio que vuelca ahí el goce que está marcadamente ausente en el matrimonio, a pesar de la fila de niños que les acompaña). Aunque ella no puede articularlo, se siente inundada por el vértigo de lo real que aparece en las fotografías, un algo que la arrastra sin que sepa como, y que en una estupenda secuencia se asocia explícitamente a la muerte.
Aunque ni temática ni formalmente sus películas se parezcan en nada, Maria Larssons pertenece a la misma familia que el Will More de Arrebato, si bien Maria no acaba completamente abducida por ese absoluto siniestro que prometen las imágenes fotográficas, tal vez porque en Troell sí hay un padre capaz de imponer una tarea, aunque esta sea tan terrible como permanecer al lado de un marido tan impresentable como el que le ha tocado.
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