martes, 28 de octubre de 2008

Plus tard, tu comprendras





Como uno se puede permitir en un blog todo tipo de teorías que pondrían los pelos de punta a cualquier historiador, contaré que desde mi inmodesto punto de vista el pecado original (o trauma fundacional, depende de si se prefiere la terminología teológica o la psicoanalítica, muy precisas ambas) de la Francia contemporánea se sitúa en el caso Dreyfuss, cuyo brote psicótico se desarrollaría décadas después durante el régimen de Vichy, al que sólo la potencia de la industria intelectual del país ha evitado el oprobio de quedar enmarcado entre los regímenes fascistas "duros" (aquí el término fascista se usa en un sentido técnico, describiendo un sistema político que procura articular una supuesta unidad orgánica popular forcluyendo todo tipo de conflictos de clase y étnicos, como fue el caso del obsceno período de la ocupación alemana), mientras se ha desarrollado una hilarante mitología de la resistencia a la que todos los datos que se tienen ponen en entredicho (si bien es cierto que cuando las tropas anglófonas desembarcaron en el continente se incrementó notablemente el número de los combatientes antifascistas, que en cualquier caso alcanzó su apogeo cuando la guerra terminó).

Toda esta larguísima introducción para introducir el excepcional film de Amos Gitai que la SEMINCI se ha traído a la Sección Oficial, que por cierto no ha gustado a casi nadie. Situada en los días del juicio a Klaus Barbie, el film se centra en la progresiva obsesión de un alto cargo de la burocracia francesa por conocer los datos que rodearon a la detención (previa presunta delación) de sus abuelos maternos, judíos, durante la ocupación alemana.

Si hace nada hablaba de Ingrid Betancourt a propósito de la necesidad de recuperar la dignidad humana mediante signos externos, Jeanne Moreau (la madre judía del prota indagador) es un ejemplo sublime de eso mismo. Reticente a la hora de abordar la tragedia vivida durante la Segund Guerra Mundial, la película nos la muestra siempre impecablemente vestida y maquillada, y la verdad es que impresionantemente hermosa, siempre esquiva a la hora de recordar lo que ocurrió. Rodeada de cachivaches y antigüedades que parecen funcionar como parapeto o remedo de la civilización abolida por el nazismo, protagoniza poco antes de morir una descomunal secuencia que pasará (o debería pasar) a la historia como uno de las muestras más grandes del cine contemporáneo de lo que es la donación simbólica, cuando se lleva a sus nietos a la sinagoga durante la ceremonia del Yom Kippur y les regala la estrella amarilla que portaba durante la guerra (objeto oprobioso convertido en sagrado), a la vez que enuncia la que será la tarea a llevar a cabo (resistir a la intolerancia) por sus descendientes.

No hay comentarios: