Recuerdo que cuando leí el Quijote en mi adolescencia, en una edición sin notas, estaba convencido de que los Palmerines y Amadises a los que Alonso Quijano quería emular eran nombres brillantemente hilarantes que Cervantes se había sacado de la manga. En la novela la pretensión de Don Quijote de ser tan conocido y famoso como sus modelos de los best-seller de la época se supone que es un chiste, pero para cualquier lector medio de hoy en día, de cualquier parte del mundo, el caballero de la triste figura es un personaje cuya fama no es que haya eclipsado a los más famosos y portentosos caballeros andantes que en el mundo han sido, sino que los ha arrasado de la faz de de la tierra hasta el punto de que ese sol de la caballería hace que el Amadís de Gaula y Tirante el Blanco tengan que conformarse con la luz que aquel les presta con sus elogios. Viene esto a cuento porque tal vez algún lector considere que la pretensión de esta entrada, que elogia las madalenas que Susana ha traído hoy, de erigirse a partir de hoy en la referencia canónica en la historia de la literatura cuando se hable de madalenas, desplazando a la que hasta estos instantes era la que se citaba automáticamente (sí, sí, la dichosa madalena mojada en té de Proust) es tal vez excesivamente pretenciosa, pero cito el primer precedente para que se vea que no es algo imposible. Y alguien dirá que cuente algo ya de las madalenas, que si voy a hablar de ellas que empiece ya. Pero eso es que no entiende de metaliteratura. Lo importante no son las madalenas, entre otras cosas porque ya nos las hemos comido, sino los procesos textuales y teóricos y sus potencialidades que se ponen en juego, no cuando te comes unas madalenas, sino cuando ficcionalizas el proceso. Pero diré que las madalenas las ha hecho Susana con la termomix. Sí, exacto, la misma termomix que aparece unas entradas más abajo, para que se aprecie con qué elegancia manejamos en el blog la intertextualidad. Que esto ya no es un blog, sino un work in progress, y si alguien se queja de que tanto rollo para contar lo que hemos desayunado hoy, es que no entiende ni de literatura contemporánea ni de las corrientes narrativas más radicales que se cuecen en el mundo. Y que sepa que, para pasado mañana, ha prometido traer un bizcocho.
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