martes, 12 de mayo de 2009

Déjame entrar


El domingo estuve viendo esta película con mi hijo mayor y mi hermano pequeño, y el lunes me encontré con que Mercedes, que se reincorporaba de una baja laboral, también se la había visto, y ahí estuvimos charlando un rato acerca de ella, con una impresión similar: aunque estaba llena de virtudes a ambos nos había decepcionado un poco, tras la catarata de elogios que le había caído encima.
Aunque no tienen nada que ver, esta película sueca parte de una situación similar a Gran Torino: un chaval aislado que se queda sin referentes masculinos en la adolescencia (aquí tenemos un padre separado, aparentemente bastante presentable pero que acaba mostrando sus limitaciones, aunque no contaré por qué, sólo decir que chocan con la política de identidad de género de nuestro idílico gobierno). Si en Gran Torino el joven se encontraba con Eastwood, aquí nuestro héroe tiene que fabularse un fantasma omnipotente a la par que comprensivo: qué mejor que una niña vampira para hacerle compañía en su soledad y de paso castigar a tanto capullo que le rodea. Lo malo de las psicosis es que es muy difícil luego despegarse de ellas (Déjame entrar es tan triste como Leolo o El espíritu de la colmena, otros buenos filmes sobre brotes psicóticos en la preadolescencia).
Tanto a Mercedes como a mí nos chocó que la trama se sitúe en los setenta, esfuerzo de producción que obliga a dejar los planos vacíos, porque evidentemente no hay presupuesto para llenar las calles de figurantes disfrazados y de coches de época, vacío éste que le viene bien a la peli, con uno exteriores de lo más desangelado. Mi teoría es que es muy autobiográfica, y que el director no ha podido situar la historia en otro momento, si bien ni siquiera me he molestado en comprobar su edad.
Para no desvelar demasiado comentaré los primeras imágenes, un ejemplo de puesta en escena (y de casting). Lo que vemos es la imagen del chico reflejada en un espejo, un cuerpo blanquísimo, fantasmal, sin peso: la única huella que puede dejar es una marca que desaparece en seguida en el cristal. Bastan estos pocos planos para presentarnos las carencias de orden simbólico que le afectan y una falla que le impide adquirir consistencia "social", lo que le convierte en carne de maltrato y delirio.
Mercedes está bastante más puesta que yo en el género fantástico, y comentaba que el tema tan trillado del vampiro estaba muy bien tratado. A mí también me lo pareció.

1 comentario:

Los Piris dijo...

Como tampoco vamos a desmenuzar el contenido de la peli, baste añadir que la figura de la vampira es fascinante: a las clásicas características vampíricas se añaden pinceladas refrescantes y hasta líricas que hacen que te atraiga de un modo morboso ese conglomerado de temblorosa púber y asesina sangrienta. ¿Se habrá inspirado el director en la Carmilla de Le Fanu?