jueves, 27 de noviembre de 2008

Diario


Mi hija se ha negado en redondo a que le haga una foto mientras desayunaba, con esos pelos que tenía. pero se ha prestado a que sus manos aparezcan en esta naturaleza muerta, que una mirada superficial calificaría de anodina, pero en la que un ojo experto descubrirá referencias a toda la historia del arte occidental, desde Pollock hasta Tiziano.
El caso es que llevo unos días preparando el desayuno a mis hijos antes de que marchen al Instituto (y tomándomelo con ellos, claro), harto de sufrir las críticas de mi mujer, que me echaba en cara que no hablaba nunca con ellos (diálogos estos que mis hijos adolescentes nunca habían echado de menos, todo hay que decirlo). Y así me he enterado de que mi hija (la de la foto) se ha convertido en una líder grupal al expandir el culto a Stephanie Meyer, que es la autora de una tetralogía de inmenso éxito acerca de vampiros cool, y que va a organizar una multitudinaria salida para ver Crepúsculo, adpatación de inmediato estreno del primer volumen de la citada tetralogía, y que Quique (el primogénito) se ve la saga de Saw cuando sale con sus colegas los fines de semana y tiene unos conocimientos enciclopédicos de informática que no sé de donde ha sacado (desde luego no por iniciación paterna).

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