Como en su día me perdí Vuelvo a casa era la oportunidad ideal para reencontrarme con Oliveira; sólo tenía que vencer la pereza de salir tarde de casa para ir a la Filmo, y el metraje no era disuasorio, 90 minutos.
La película comienza con una representación teatral, con Catherine Deneuve, Michel Piccoliy Leonor Silveira en el escenario. Un contraplano de la platea llena de felices espectadores nos indica que la obra es un éxito. Pero pronto se introduce otro contraplano desde las bambalinas, en que los gestos de preocupación son manifiestos. El extracto es muy largo, así que conviene prestar atención a la obra (que descubro en los títulos de crédito que es de Ionesco): Piccoli hace de rey que tras cientos de años de reinado y crímenes se niega a abandonar el poder y la vida, tal vez un chiste de del director sobre su longevidad y actividad frenética.
Con esa especialidad para lo indirecto de Oliveira, nos enteramos de que toda su familia ha muerto en un accidente de automóvil. Ni asistimos al momento en que se le comunica la noticia, ni veremos como ésta le afecta. Vemos abandonar a Piccoli el teatro por una puerta al fondo sin prestar atención al grupo de compañeros (un plano fordiano) y la peli funde a negro, para devolvernos al personaje unos meses después, reincorporado a la profesión y a la rutina.
¿De qué habla Vuelvo a casa? De la vejez y el deseo. Un plano aparentemente objetivo nos enseña una rotonda en París. Dura bastante, aunque nada ocurre. En realidad, descubrimos que es un plano subjetivo de Piccoli, el panorama que todos los días observa desde el bar donde se toma un café y lee Liberation. Nada captura su atención. Aunque luego, mientras se da un paseo, su mirada se fija en una imagen, un cuadro que habla del placer y del pasado, una pareja que en traje de noche baila en una playa azotada por el viento y la lluvia, mientras un mayordomo les sujeta un paraguas y una doncella parece presta a echar una mano en cualquier momento. En otro escaparate se prenda de unos zapatos carísimos que acaba comprando. Esa misma noche en una conversación con su agente (que el cachondo del portugués filma los primeros minutos con un plano de zapatos, aunque siempre me ha costado convencer a mis amigos del sentido del humor que subyace en toda su filmografía) rechaza los movimientos celestinescos de éste para que aproveche su prestigio para seducir a una joven actriz, o más bien se deje seducir por ella. A la salida es atracado y despojado de sus zapatos: ¿un castigo por haberlos deseado, por ese gesto de coquetería senil?¿o más bien por haber rechazado esa posibilidad erótica? O tal vez por haber equivocado el deseo, uno no puede preferir los zapatos a las mujeres, se tenga la edad que se tenga. En cualquier caso, el plano de Piccoli mientras observa alejarse al chorizo muestra cierta aceptación, como si envejecer fuese acostumbrarse a ver desaparecer las cosas.
En la última secuencia el actor abandona el rodaje de un Ulises joyceiano dirigido (muy educadamente) por John Malkovich, tras ser incapaz de recordar adecuadamente sus textos. De la misma manera que tras la muerte de sus parientes, le vemos atravesar todo el espacio para salir (¿definitivamente?) por una puerta al fondo del plano. Piccoli vuelve a casa y el film se cierra con un plano sostenido de la mirada de su nieto, que le observa mientras sube las escaleras trabajosamente ¿Sienten nostalgia Oliveira y Piccoli (que entre actuación y actuación dirige pelis más marcianas que lo más marciano que haya hecho su colega) de una vejez solitaria y ociosa?¿Les asusta la decadencia? Parece más bien que imaginan una vejez alternativa, convencional, incapaces de imaginar como sería vivir mano sobre mano.
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