Como en los Golem tenían preestreno (de La Buena nueva) andaba Pedro Zaralegui por las puertas (mandando a la gente a la sala equivocada, que esas cosas tienen los jefes), y me explicó que la última de Jonathan Demme era un Dogma en Estados Unidos. Pero más bien lo que se percibe es la influencia de Cassavetes (afortunadamente), cuya figura empieza a resultar omnipresente por todas partes (un ejemplo que me permite alardear de mi cosmopolitismo: Juliette Binoche me contó -en una entrevista, claro, no tomando copas- que tuvo en mente a la Gena Rowlands de A woman under the influence para su interpretación en la maravillosa El vuelo del globo rojo, la de Hou Hsiao Hsien que los de Notro tienen metida en un cajón desde hace más de un año).
Kim sale de una residencia para toxicómanos un finde para asistir a la boda de su hermana (la Rachel del título, claro). Como es de esperar, su aparición más o menos inesperada crea innúmeras tensiones y despierta todo tipo de fantasmas familiares (sobre todo uno, del que ya hablaremos). Una (o varias) cámara(s) al hombro persiguen los rostros y las reacciones de todos los personajes, que alternan rituales sociales y psicodramas privados, larguísimos los primeros y apasionantes los segundos. Filmada como un documental, género al que Demme se ha vuelto adicto, todo se juega en la interpretación, magnífica, como es de esperar: Ann Hathaway compone una yonqui manipuladora y frágil tal vez demasiado cool pero más que creíble, y el coro de personajes funciona muy bien, cada uno con su personalidad bien definida a través de gestos y palabras.
Kim (y Rachel, claro, una especie de Cenicienta que se rebela contra esa hermana profesional del victimismo que siempre ha chupado plano emocional en la familia) carga con una madre demasiado desapegada y narcisista, y un padre protector en exceso, una mezcla que puede ser inocua o devastadora (como es su caso). El lado débil de la parte masculina se marca muy bien. En este universo de mujeres que se lanzan a la yugular a las primeras de cambio (a las que hay que sumar la mejor amiga de Rachel, una rubia en perpetua guerra con Kim) la figura del novio es de una calculada y estupenda ambigüedad: ¿será ese negro enorme alguien capaz de hacerse cargo de las desatadas pulsiones femeninas (traducido a vocabulario paleopsicoanalítico, alguien que encarne el falo ausente)?¿o su tranquilidad esconde a otro panoli? En una de las mejores secuencias, desafía al padre en el típico reto/rito de aceptación grupal ¿y cuál es la prueba que eligen para que demuestre su capacitación para incorporarse a la tribu?... Ver quién carga más y mejor el lavavajillas. No es de extrañar que, al final del desafío, lo que emerja sea el agujero negro que está apunto de engullir constantemente a la familia, la muerte del hijo en un accidente provocado por las adicciones de Kim.
La boda de Raquel tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que Le graine et le mulet, de Kechiche (que aquí tiene en el limbo Vértigo, de la que no sabemos nada desde hace meses, con lo que en el mismo sitio andan las hermosísimas Paranoid Park y I'm not there, lo último de los Dardenne y la de Won Kar Wei con Norah Jones y Jude Law): un ojo seguro para captar los movimientos tempestuosos que se producen en el interior de la familia y una imposibilidad manifiesta para despegarse de la fascinación que provoca el metraje grabado, lo que lleva a ambas películas a despeñarse (a ratos) por los peligrosos acantilados del tedio. Resumiendo, desiertos de comidas familiares con oasis de psicodramas fraternos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario