"te encierran en un hospital, te afeitan el pelo y te atan las manos y no te dejan ver, no quieren que entiendas, quieren que creas que el poder es suyo, no tuyo. Te clavan aguja para que no oigas nada, para ellos podrías ser un cerdo muerto, tienes las piernas en alto y metidas en un soporte metálio, se inclinan sobre ti técnicos, mecánicos, carniceros, estudiantes patosos o que ríen por lo bajo mientras hacen prácticas con tu cuerpo, sacan al niño con un tenedor como un pepinillo de un bote de pepinillos. Después de eso te llenan las venas de plástico rojo; lo he visto bajando por el tubo. No voy a dejar que me hagan eso nunca más."
Susana me regaló El cuento de la criada por mi cumpleaños, pero en el último momento decidió quedárselo ella y darme Resurgir, también de Margaret Atwood. Aunque el libro es de reciente publicación en español basta un par de páginas para darse cuenta de que ninguna mujer escribiría algo así en nuestros días (cada época tiene sus censuras).
La narradora, una mujer a la que parecen haber extirpado la capacidad de sentir emociones, embarca a unos amigos un tanto descerebrados en un viaje para acercarse a la casa de sus padres, un espacio mítico situado en una cabaña aislada en una isla en medio de un gigantesco lago que tiene algo de las aguas primordiales del Génesis (aunque siempre amenazado por la presencia amenazante de turistas americanos). Los colegas parecen los detritus del 68, y se los tendrá que quitar de en medio para iniciar una especie de catarsis o rito de iniciación (que se parecen dos gotas de agua a un brote psicótico) de la mano de las pistas que le han dejado sus desaparecidos padres (de los que también se supone que se han vuelto locos). A lo largo del trayecto nos enteramos del via crucis de humillaciones emocionales que ha sido su vida, lo que la ha convertido en un bloque de hielo. Hoy es inevitable leer el libro como un testimonio del atroz ambiente sentimental de los setenta, aunque es improbable que ese fuera el objetivo de la autora, que consigue que el personaje principal resulte muy verosímil, lo que tiene bastante mérito, teniendo en cuenta lo que le cae encima.
La narradora, una mujer a la que parecen haber extirpado la capacidad de sentir emociones, embarca a unos amigos un tanto descerebrados en un viaje para acercarse a la casa de sus padres, un espacio mítico situado en una cabaña aislada en una isla en medio de un gigantesco lago que tiene algo de las aguas primordiales del Génesis (aunque siempre amenazado por la presencia amenazante de turistas americanos). Los colegas parecen los detritus del 68, y se los tendrá que quitar de en medio para iniciar una especie de catarsis o rito de iniciación (que se parecen dos gotas de agua a un brote psicótico) de la mano de las pistas que le han dejado sus desaparecidos padres (de los que también se supone que se han vuelto locos). A lo largo del trayecto nos enteramos del via crucis de humillaciones emocionales que ha sido su vida, lo que la ha convertido en un bloque de hielo. Hoy es inevitable leer el libro como un testimonio del atroz ambiente sentimental de los setenta, aunque es improbable que ese fuera el objetivo de la autora, que consigue que el personaje principal resulte muy verosímil, lo que tiene bastante mérito, teniendo en cuenta lo que le cae encima.
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