sábado, 22 de noviembre de 2008

Las horas del verano


Llevaba Assayas unos años sin aparecer por las pantallas españolas, y ha sido Baditri quién lo ha traído de vuelta, empeñada esta distribuidora en mostrarnos los filmes de los venerables directores europeos a los que otras distribuidoras parecen haber renunciado, y así gracias a ella hemos podido disfrutar de lo último de Rivette, Resnais y Oliveira (y Lumet, aunque éste no sea europeo).

Supongo que Las horas del verano forma parte del encargo o proyecto de colaboración que ha puesto en marcha el Museo de Orsay con varios directores, y podemos imaginarnos que el punto de partida surgió al tropezarse el director con alguno de esos muebles o jarrones que todos los museos tienen y a los que sólo prestan atención los especialistas, pero ante los que todos nos preguntamos como serían cuando no estaban en una vitrina sino que servían para escribir sobre ellos o para poner flores.

La película se abre y se cierra con una celebración, la primera una reunión de cumpleaños en que la matriarca intenta controlar el legado de un pintor de la familia a cuya memoria se ha dedicado con devoción desde su muerte hasta conseguir situarlo en el panorama artístico internacional; la segunda una fiesta en que la nieta adolescente consigue por última vez llenar de vida la casa familiar ya expoliada tras la venta de sus bienes, el último destello de esplendor o la apoteosis de la decadencia, según queramos verlo, que la mirada del director es limpia y objetiva (renoiriana a más no poder).

Entremedias anda la generación de los cuarentones (como yo), que no saben muy bien qué hacer con el incómodo recuerdo que amenaza con ahogarles: ¿cuánto peso del pasado tenemos que aceptar para que nuestras vidas fructifiquen?¿a cuánto hay que renunciar para que no nos aplaste con su peso? De los tres hermanos, sólo uno permanece en Francia, el resto se reparte entre China y Estados Unidos, los dos centros del mundo. Europa, parece querer decirnos Assayas, se ha quedado como cobijo de la bisutería artística de la civilización occidental, prendada de pintores menores como Corot y de nimiedades como los muebles art decó.

Assayas es el más desconcertante de los directores de la clase alta cinematográfica, voluntariamente camaleónico, tal vez obsesionado por escapar al encasillamiento de autor minoritario, escondido tras una miríada de estilos y temas que parecen incompatibles, o al menos inconcebibles en la misma persona. ¿Qué tienen que ver Las horas del verano, Clean y Demonlover (las tres magníficas)? Pues yo diría que nada, si acaso el aviso del director de que nada en este mundo nos puede ser ajeno.

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