domingo, 23 de noviembre de 2008

El Padre Brown


Imagino que casi todos nos acercamos a Chesterton guiados por la admiración que le profesaba Borges. Recuerdo que los relatos del padre Brown me decepcionaron cuando los leí, fascinado como andaba yo con los manieristas recovecos conceptuales del escritor argentino.
Acantilado acaba de publicar en un solo volumen todos los cuentos del cura detective más famoso de la Literatura, y mientras que hoy en día soy incapaz de terminarme un relato de Borges, de tan artificiales y amanerados que me resultan, los de Chesterton cada vez me gustan más, y cuanto más los leo mejor me parecen, una vez que uno ya conoce el desenlace y puede detenerse en los detalles.
Chesterton se empeña meticulosamente en quitar todo glamour a su protagonista, empezando por el nombre, aunque en cualquier caso una de las cosas que más desprecia de la cultura moderna es la estetización del mal. Chesterton/Brown combate en primer lugar la fascinación por lo demoníaco tan propio de la estética que arrastramos desde el Romanticismo, de la misma manera que concibe el paganismo como una doctrina empozoñosamente triste y el orientalismo como un peligro metafísico (mientras que se diría que no se toma demasiado en serio el ateísmo). Sabido es que Chesterton era un católico que de tan ortodoxo resulta excéntrico, y que una de las pruebas que aportaba para demostrar la verdad de su doctrina era la alegría, razón que siempre ha desconcertado a sus admiradores españoles “laicos”, que los hay muy respetables, como Savater y Marías, por ejemplo.
Chesterton debía de tener una percepción física del mal, que se manifiesta en sus relatos en todo tipo de realidades, desde la forma de un cuchillo a la luz de un atardecer, desde la arquitectura de una casa hasta el carácter infinito de la extensión de un bosque. Esta dimensión cósmica e inhumana del mal está siempre presta a devorar al hombre, y sostener los diques que permitan la existencia de una comunidad humana fue la tarea heroica que Chesterton siempre consideró propia del cristianismo, encarnada en ese peculiar héroe de nuestro tiempo que es el Padre Brown.

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