martes, 20 de noviembre de 2007

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Sigo leyendo el tochazo de Bolaño (más de mil páginas). Está compuesto de cinco libros con bastante independencia entre sí, aunque se cruzan ciertos temas y personajes. El primero tiene cierto carácter satírico, los protagonistas son profesores universitarios europeos obsesionados con un escritor alemán aquejado del síndrome de Pynchon (no hay fotos suyas, nadie le ha hecho nunca una entrevista), lo que les permite viajar por toda Europa asistiendo a congresos literarios y entregándose a variaciones sentimentales. Al final acaban en un periplo más o menos delirante en un pueblo industrial de la frontera de México y EEUU, donde emerge el verdadero tema de la novela, perfectamente ceñido por la cita de Baudelaire que abre el libro:


" un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento"


El horror emerge en la forma de los asesinatos en serie de mujeres. Este tema va adquiriendo más peso en el siguiente libro, que gira en torno a un profesor universitario español afincado en Santa Teresa (nombre de la ciudad mexicana, que no sé si existe, aunque es obvio que se trata de Ciudad Juárez) que tiene una hija en edad "asesinable", sobre la que van creciendo presagios inquietantes. El tercer libro sigue a un periodista negro que, tras la muerte de su madre (¿un guiño a Camus?), se embarca en un viaje de trabajo a Santa Teresa para escribir una crónica de un combate de boxeo. Allí conoce a la hija del profesor del libro anterior, en unas compañías poco recomendables, de las que consigue escapar en el últinmo momento, y contacta con una periodista que consigue atrapar su interés hacia los asesinatos. El cuarto libro se ocupa directamente de los crímenes. Si Rosa (la chica que ha aparecido en los dos últimos libros) escapa salvada por el periodista negro, peculiar paladín, no ocurre lo mismo con las mujeres que son asesinadas en esta parte central del libro (literalmente central, el libro tiene 1100 páginas y este capítulo ocupa de la 400 a la 700). El horror estalla totalmente. La lista de asesinadas es interminable, algunas mueren a manos de su novio o su chulo, pero la mayoría responden al mismo patrón: pelo largo, sus cuerpos aparecen en un basurero, son violadas anal y vaginalmente (así aparece reflejado literalmente siempre, la novela adopta el punto de vista forense para describir los crímenes), y a menudo se cita un coche negro con las ventanillas tintadas, auténtico carro de la muerte. Algunas de las muertas permanecerán en el anonimato siempre, de otras conocemos una pequeña biografía. Las hay niñas, maduras, embarazadas. La lectura bordea lo insoportable. Entre medias conocemos los entresijos de la corrupta policía de la ciudad (en una escena se detiene a las compañeras de una prostituta asesinada. Un recién llegado al cuerpo policial oye gritos en la comisaría, cuando baja a los calabozos se queda de piedra viendo a sus compañeros violando a las detenidas; de este tenor es esta parte del libro). A su vez, se relata las hazañas de un profanador de iglesias, un maníaco que entra a mearse y a defecar en los altares. En cierta manera, la desacralización de los templos y el brutal asesinato de las mujeres pertenecen al mismo universo: la mujer es tratada como un trozo de carne, y luego eliminada como un desperdicio excrementicio, mezclada con la basura; una negación brutal del carácter sagrado de la mujer. El carácter completamente infernal que adquiere la ciudad aquí recuerda un poco al de James Ellroy, aunque Bolaño es mejor escritor y más honesto. Y en esta parte estoy.

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