domingo, 11 de noviembre de 2007

La muerte lenta de Luciana B

Mercedes me ha pasado un libro de un escritor argentino para mí desconocido, Guillermo Martínez, aunque según lo que leo en la solapa (donde se le define sin rubor como "un autor de referencia de la literatura contemporánea") debo de ser el único mortal que permanecía en la ignorancia acreca de tan preclaro escribiente. La muerte lenta de Luciana B. es un divertimento cuyo origen es obvio, aunque la bibliografía que acompaña a la novela ayuda a discernirlo, ya que ahí averiguamos que Guillermo tiene un libro sobre Borges (y la matemática). Y es que esta nouvelle es una especie de variación extendida de un relato de Borges, al que se cita más de una vez (la novela está llena de citas explícitas, que funcionan como pistas evidentes para que el lector aprecie el juego). Así, tenemos abundantes reflexiones sobre el azar y la necesidad, y sobre el escritor como demiurgo menor de mundos paralelos que acaban conectándose con el mundo real; hay referencias a sectas gnósticas más o menos de pacotilla y a distintas teorías acerca de la creativadad artística; y el relato se estructura con un montón de simetrías y estructuras dobles: en varios episodios se apunta a que Kloster y el narrador son la misma persona, o dos variaciones de la misma persona separada por 10 años (prácticamente tienen la misma experiencia con Luciana cuando trabaja para ellos, el narrador recoge la vida solitaria y apartada de Kloster cuando éste se entrega a una vida pública desenfrenada, los dos escritores parecen conocer sorprendentemente todo lo que escribe el otro), los mismos que separan a Luciana de Valentina, que es descrita al final explícitamente como un doble (algo mejorado) de su hermana mayor, que como en el retrato de Dorian Gray pareece haber cargado con todo el peso de la tragedia familiar precisamente para que su hermana resplandezca.
El problema de la novela, al margen de frase como "librado a las fuerzas de la entropía" para decir que el cuarto estaba desordenado, es que los personajes son marionetas necesarias para que la estructura narrativa avance, pero no tienen nada de vida (lo mjismo que en los relatos de Borges, todo hay que decirlo). El libro es un puro artefacto, y el interés que provoca es mecánico; hasta la acumulación de referencias que buscan hacer cosquillas intelectuales en el lector cómplice resulta cargante. Tal vez para sacar musculatura profesional funcione, o como descanso entre obras de más entidad, pero desde luego no anima a seguir la trayectoria del señor Martínez.

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