viernes, 23 de noviembre de 2007

Blade runner




Blade runner ha sido remasterizada por enésima vez para la distribución en dvd de una edición conmemorativa, lo que ha justificado su estreno en cines como forma de publicidad. La proyección digital en Kinépolis es espectacular, con una precisión de todos los detalles en cualquier punto de la pantalla que es casi imposible encontrar en las proyecciones anamórficas. Pero con el paso del tiempo los defectos de la película se hacen más evidentes. Ridley Scott atesoró prestigio y dinero gracias a Alien y a Blade runner, decayendo luego su estrella crítica según acumulaba metraje mediocre. El hecho de que la fama de sus dos éxitos se mantuviera hizo que empezasen a circular teorías acerca del verdadero autor de las citadas películas. Hay que decir que, en muchos aspectos, los aciertos de Alien y Blade runner hay que adjudicárselos a otros colaboradores, gionistas, diseñadores de producción, escenógrafos, reconociéndole al bueno de Ridley el que no estropease en exceso las cualidades de los que le rodeaban.
Madres en Blade Runner
Blade runner es un mundo sin madres. Las androides creadas son, literalmente, putas. Sin embargo, en el comienzo del film, esa ausencia está muy marcada. En el interrogatorio al que es sometido Leon, la violencia estalla cuando este es interrogado acerca de la suya. Un recuerdo agradable de ella. Frente a esa demanda aparentemente inocua, o amable, el personaje (del que todavía no sabemos que no es humano) saca una pistola y mata al interrogador. El origen será un asunto especialmente delicado en esta película. Los androides llevan implantados recuerdos falsos de una infancia más o menos feliz. Rachel enarbola oegullosa y desafiante una foto en la que aparece recostada en los brazos de su madre. Pero también recuerda como una multitud de arañitas, recién escapadas del huuevo, devoran a su madre.
Las personas de la trinidad viven solas
Mientras que los androides son más o menos sociables y solidarios, y suelen moverse en parejas y preocuparse por sus colegas, los tres personajes masculinos (Tyrrell, JF Sebastian y Deckard) viven solos. Los tres espacios en que se mueven son muy diferentes: Tyrrell (el Dios Padre Creador de esta Trinidad) se mueve entre un despacho inmenso e hipertecnológico y un dormitorio decimonónico y barroco, iluminado con infinidad de velas, con doseles en la cama. Sebastian, temeroso e infeliz Espítitu Santo, habita un inmenso edificio deteriorado, de principios del siglo XX, acompañado de juguetes sólo un poco más desoladores que él. Deckard, el héroe que tal vez comparta la condición humana y divina (o replicante) vive en un extraño piso de soltero, donde conviven estatuas de Buda con (supuesta) alta tecnología (en la novela Deckard, al menos en las tres primeras páginas, está casado). Deckard tiene un siniestro ángel de la guarda que le deja mensajes herméticos en forma de papiroflexia. El futuro, nos dice la película, será un detritus de naufragios históricos y espirituales.
El futuro se ha quedado anticuado
Aunque en la película está más o menos implícito, el libro nos cuenta que la historia de Blade Runner transcurre en una Tierra, arrasada tras una guerra, de la que todo el que tiene un poco de dinero escapa. La guerra ha debido de ser dura, porque ha acabado con internet, los móviles y los televisores de plasma (y con las cámaras de vigilancia). En realidad Blade Runner es cine negro con una pátina de estética futurista. Parece raro que cueste tanto encontrar a unos replicantes tan bien hechos (para luego encontrárselos en cada esquina de una supuesta megalópòlis que, al parecer, sólo tiene una calle), cuando hoy se localiza cualquier llamada en cuestión de segundos.
La historia más simple jamás contada
Unos cuantos superandroides se escapan de su lugar de trabajo y se vuelven a la Tierra a conocer a su padre. La policía da orden de cargárselos, para lo que hay un cuerpo especializado denominado Blade Runner. Se lo encargan al supuestamente más listo de todos, aunque vista su actuación uno se pregunta cómo ha podido sobrevivir tamaño zopenco con ese curro. El susodicho mataandroides se los va encontrando uno a uno, repitiéndose en todos los casos la misma estructura: el robot lo infla a hostias, y en el momento en que va a rematarlo, algo pasa que da la vuelta a la tortilla, y el poli se lo carga, con o sin ayuda (el último se muere sólo, en una de las escenas más famosas y-todo hay que decirlo- cursis de la película). En la ciudad donde todo esto se desarrolla (llamada Los Ángeles) siempre llueve y siempre es de noche, o por lo menos el sol brilla por su ausencia (salvo en el zigurat donde habita la suprema divinidad). Por ignotas razones cuyo secreto sólo concen el director y el iluminador, los personajes están casi siempre a contraluz, y tal vez la única norma del ausente gobierno que se cumple es que todas las luces tienen que ser azules. En algunas de las posteriores ediciones que se hagan de la película, alguien debería darse cuenta de que la música de Vangelis es insoportable. Con la evolución de la tecnología, tal vez será posible algún día cambiar al merluzo de Harrison Ford por un actor medio en condiciones. Y ya puestos, un programa de ordenador tal vez consiga arreglar espantos como la muerte pretenciosa y ridícula de la primera ejecutada, atravesando cristales a cámara lenta entre maniquíes, y acompañada por el trompeterío electrónico de la banda sonora con un corte que parece pensado para otra cosa. Todo llegará

3 comentarios:

Los Piris dijo...

Blade Runner y la vivisección

Enrique: si algo tiene de encantador esta película es que no tiene pies ni cabeza ni un cabo de razonamiento lógico del que tirar para desenredar la madeja. Es una película de ambientes evocadores, de claroscuros, de "poses". Es una historia para dejarse llevar por alguna tristeza íntima y no para buscar verosimilitudes tecnológicas.
Pero el libro de los gustos está en blanco, afortunadamente.

abbascontadas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
abbascontadas dijo...

Creo que el problema que tengo es que se le nota demasiado la voluntad de diseño, para no hablar del estomagante tufillo nietscheano de las parrafadas de Rutger Hauer(¿Qué coño son los dichosos rayos que ha visto tras la puerta de Tannhauser?¿Y qué tienen las naves que arden más allá de Orión que no tengan las que arden a la vuelta de la esquina?. Me quedo con el personaje de JF Sebastian, que se construye patéticos muñecos para que le hagan compañía, y que se deja seducir en seguida por los fascinantes androides. Y por la cita de Alphaville, cuando Deckard enseña/obliga a Rachel a ser seducida.