Absorbido por un sudoku especialmente difícil se me ha pasado la parada de Prado cuando iba en el tren ligero. Buscando un número para un hueco he vislumbrado la ruta de Torrespaña en la rotonda de entrada a Prado, pero yo creía estar en otro sitio, y he sentido ese extrañamiento próximo a la psicosis que sentimos cuando encontramos una cosa (o una persona) en un sitio que no le corresponde. Cuando me he dado cuenta de lo que pasaba me he limitado a seguir haciendo el sudoku y bajarme en la siguiente parada. Cuando esperaba el tren he encontrado un 3 que me ha abierto la puerta para desbloquear el juego. El problema es que he vuelto a coger un tren en el sentido que me alejaba de Prado. Así que me he tenido que bajar otra vez, y ya he acertado con el tranvía, he terminado el sudoku y me ha dado tiempo ha enfrascarme en sesudas reflexiones acerca de la locura que acecha tras los números, y en por qué los hombres se abisman en juegos matemáticos y las mujeres en estructuras narrativas. Por fin he llegado a Prado, y he abierto el ordenador para fundirme con mi avatar virtual.
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