Según iba camino del metro recién salido de casa me he dado cuenta de que me había dejado el móvil. Descontando la pereza que causa siempre desandar lo ya caminado, me asaltó la curiosidad de como sobreviviría un día sin el depositario de nuestra identidad y nuestra alma. Y así ando, sin móvil. Desgraciadamente tengo que confesar que nada novedoso me ha ocurrido, esa zambullida en el anonimato, similar en nuestra contemporaneidad a lo que probablemente es fundirse con el tao, no se ha producido. El siguiente paso en esa radicalidad negadora será abandonar el móvil e internet.
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