lunes, 12 de noviembre de 2007

Contenedores

Ayer noche llamaron al timbre a las doce de la noche. Inma y yo estábamos dormidos. Quique, que al parecer estaba leyéndose el libro de Luciana B., vino a despertarnos, imagino que porque se asustó de una visita a horas tan intempestivas. Para cuando nos levantamos el visitante se había ido. Esta mañana, al mirar por la ventana, hemos visto que habían quemado el contenedor de papel que tenemos enfrente del portal, y que el coche que había al lado también había sufrido los efectos del fuego, aunque desde arriba era difícil comprobar la gravedad del daño. El coche es de un amigo nuestro, así que Inma, que es una máquina compulsiva de establecer relaciones causales, rápidamente llegó a la conclusión de que una vecina había subido a avisarnos de que estaba ardiendo el coche, y que si podíamos avisarle. Al salir a la calle para coger el metro me he encontrado a Ramón (el dueño del coche) examinando los desperfectos, que eran bastante aparatosos vistos desde cerca. Algo culpable me he sentido, porque en ese momento he pensado que deberíamos haberle llamado nada más descubrir el suceso. Pero bueno, le he acompañado en la profusión de insultos hacia los vándalos, he convenido con él en que ya podían haber cogido a los culpables (no es el primer contenedor que arde por la zona) y le he dejado con su hija, a la que iba a llevar al colegio, mientras yo enfilaba la calle que me lleva al quiosco donde compro el periódico todos los días antes de meterme en el acogedor espacio del metro.

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