Hoy, jueves, he salido de Prado con Mercedes. Hemos llegado a Plaza de España, y la he acompañado al H&M que hay en la Gran Vía, haciendo prácticamente el mismo recorrido que hice el martes con Susana. La he dejado en la puerta, y antes de coger el metro me he metido en la Casa del Libro, para que la sucesión de hechos sea similar. Voy decidido a comprar (por fin) Nocilla dream. Mientras espero al lado de un ordenador a que algún dependiente dé señales de vida echo un vistazo a la caja, para ver si está la misma chica que el otro día me llamó la atención. Su rostro, desde tan lejos, parece petrificado. Mientras pasa el tiempo fantaseo con que la chica, al ir a pagar, me reconoce; pero antes de que la narración imaginaria se desarrolle mucho aparece la ansiada librera, que, al alimón con un colega suyo, me indica que el libro está agotado, así que me marcho, vagamente inquieto porque la simetría con la tarde anterior se ha visto alterada, pero confiado en que la intención haya sido suficiente para aplacar a los dioses que velan por el orden en nuestras vidas.
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