El miércoles 31 le mandé un email a Marga diciéndole que tenía (muchas) ganas de verla, y que aprovechando que era su cumpleaños, y que ya hacía tiempo que no nos veíamos, podíamos quedar para tomarnos una cerveza rápida, un tipo de encuentro en que, por su brevedad, era difícil que emergiesen aristas dolorosas. Tras el paréntesis del Día de Todos los Santos me encontré con una contestación afirmativa, que si en un principio me llenó de alegría, luego dio paso a cierta inquietud, aunque un tanto difusa. Teníamos muy poco tiempo para vernos, porque había quedado para comer, y tenía que encontrar hueco para escaparse antes de la oficina. Yo pensaba pedir al conductor que me había llevado a Albarracín que me dejase en Buñuel. Pero el desastroso trámite me había puesto de muy mal humor, y el tiempo huía velozmente, así que le puse un sms contándole que prefería posponer la visita. Me contestó que ella también lo prefería pues disponía de muy poco tiempo. De repente me vi inundado por toda la tristeza que no había sentido hasta entonces.
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