sábado, 3 de noviembre de 2007

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford

En mi labor evangelizadora que llevo a cabo con mis hijos y el cine le tocó ayer a Quique acudir a las minisalas del pasadizo de Martín de los Heros para verse las más de dos horas y media que dura este western que ha dado que hablar más de lo que se podría suponer a priori. La película se presentó en Venecia, donde fue recibida con distanciamiento altivo por parte de la crítica. Sorprendió que se llevase el premio de interpretación masculina Brad Pitt (incluso ciñéndonos a la película, hay consenso acerca de que el que está inmenso es Casey Affleck -consenso al que me sumo-), y trascendió que el actor, también productor de la película, ordenó remontar el film original, que duraba más de cuatro horas. Es difícil saber si es verdad o no, pero con esta información en la cabeza imaginé que la voz en off es un añadido impuesto (como en Blade runner), aunque es probable que estuviese ahí desde el principio, dado lo bien que casa con el tono de la película ¿Y cuál es el tono de la película? Pues un empacho de influencias y ambiciones. Es lírica, árida, hipnótica, realista, mítica, alegórica. Por alguna extraña razón, uno tiene la impresión de que la película está al borde del desastre en todo momento, pero la grandilocuencia a la que apunta se ve redimida por el tono banal de muchas de las secuencias (el lado Monte Hellman -o Antonioni- del film). Es casi rohmeriana en su manera de filmar la naturaleza: la película transcurre en un arco temporal que recorre todas las estaciones, y la película transmite las diferentes sensaciones climáticas, el frío en invierno, los trigales amarillos mecidos por el viento en primavera, la melancolía de los atardeceres otoñales. Siendo realista en la reconstrucción de la época y en la descripción de los personajes, se mueve dentro del espacio clásico del mito: se podría decir que es una variación posmoderna del clasicismo fordiano (por un lado, Jesse James es un personaje del cine contemporáneo, un serial killer paranoico; por otro, apunta a la figura del héroe clásico; dibujando un perfil pretendidamente naturalista y verosímil, el film nunca pierde de vista las evidentes similitudes con los dos grandes relatos occidentales sobre la traición, la de Bruto y la de Judas). Pero tal vez la gran influencia de la película (apuntada en el título) haya que buscarla en Bresson: está claro que lo que Andrew Dominik quisiera ser es el director de Un condenado a muerte se ha escapado.

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