El miércoles cenamos en el superdúplex donde habitan José, Pedro y Jero, y la verdad es que el apartamento superó mis expectativas: tiene una terraza estupanda y enorme, desde la que se ve el puerto y buena parte de la ciudad. La cena la prepararon Blas (el amigo de Jose) y el infatigable Jero, que después de pegarse unas palizas durante el día tiene tiempo de vivir todo tipo de extrañas aventuras nocturnas. En cuanto me tomé dos cervezas me caía de sueño y fui a tumbarme al sofá del salón presidido por una televisión plana de veinte mil pulgadas. Jero había hecho propaganda del cenorrio por varios sitios, y allí estuvo el equipo de TV3, por ejemplo. El jueves teníamos otra cena de confraternización con el Plus y TV 3. Quedamos a las diez, pero nos tuvieron un buen rato esperando en la calle, y una vez accedimos al interior nos volvieron a echar. Pedro, que llevaba montando doce horas seguidas y tenía la cabeza como un bombo, se marchó de allí, y yo aproveché para huir con él. Ayer viernes desayunamos Pedro y yo un macro american breakfast a base de zumo, café, huevos revueltos, bacon y tortitas con sirope, así que nos saltamos la comida y decidimos repetir la experiencia de la cena casera, aunque esta vez sólo los inquilinos y yo. Pedro se mostró como un experto cocinero, y me inició en el arte de cocer las patatas en el microondas, por ejemplo. Me fui pronto a mi apartamento, y en la puerta me encontré a Alberto, y a su vez nos topamos con Philipe Garrel cenando con su hijo en uno de los restaurantes que tenemos en la plazoleta que hay bajo nuestras ventanas, lo que me puso de muy buen humos, vaya usted a saber por qué.
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